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Article La Vanguardia (Novembre 2010): "UE: Much Ado About Nothing"

 

El mundo está cambiando y con él cambia nuestra mirada. Cuando eres niño las cosas te parecen tan extrañas que casi nada te sorprende. Cuando te haces mayor, en cambio, puede pasarte lo contrario: cuesta que te sorprendas, incluso de lo que resulta inesperado. Diversos indicadores muestran que estamos en un mundo en transición. Lo viejo, el orden de finales siglo XX, está dejando de existir, pero el tablero del siglo actual aún no muestra contornos precisos. Desde el final de la guerra fría asistimos a cambios en el tipo y composición de las relaciones internacionales. Militarmente el mundo actual sigue teniendo un centro de gravedad de carácter unipolar: EEUU representa el 43% del gasto militar mundial –aunque ello solo le supone un 4’7% de su PIB. Además, la continuidad estable de la OTAN consolida una aparente posición de fuerza del bloque “occidental”. Pero también se observa tanto una creciente presencia de importantes actores emergentes, como una proliferación incontrolada, bastante anárquica, de mercados financieros que “atacan” la estabilidad internacional. En medio se encuentran algunas instituciones, como la ONU, el FMI o el Banco Mundial, así como un G-8 y un G-20 que, en general, se muestran mucho más mediáticos que efectivos en su sueño de establecer una gobernanza global.
 
La civilidad asociada a unas instituciones políticas internacionales propiamente dichas aún está por nacer. Tucídides, el primer politólogo de la historia del que tenemos noticia, ya advertía a finales del siglo V a. C., que la civilización siempre se esforzará en controlar y reprimir la barbarie, aunque nunca podrá erradicarla. Aquello que se echa en falta en el ámbito internacional, más que su democratización, es una institucionalización similar a lo que son los estados de derecho en el ámbito doméstico.
 
¿Y la Unión Europea? En el “haber” de la UE siempre quedará haber tenido éxito en dos objetivos: 1) haber establecido y garantizado la paz entre los estados europeos occidentales a partir de la segunda guerra mundial, y 2) haber propiciado una integración económica entre sus miembros –algunos de los cuales comparten actualmente una moneda única. Además, se trata de una realidad que puede presumir de un sistema de bienestar firmemente comprometido con los valores democráticos, con el respeto de los derechos humanos, y de ser el mayor contribuyente para la cooperación al desarrollo. Pero estos logros, con haber sido y seguir siendo importantes, resultan hoy muy insuficientes si se quiere que la Unión sea un actor político relevante.
 
La UE debiera ser en estos momentos una locomotora política de última generación. Sin embargo, en el grupo de los principales dirigentes europeos se constata que, en términos prácticos –más allá de las declaraciones retóricas a las que la UE está siempre tan apegada- nadie parece creer ya en el proyecto europeo. Actualmente resulta fácil ningunear a Europa por parte de los principales actores globales. Incluso reírse de ella y del contraste entre sus ínfulas de superioridad moral y su evidente inoperancia política en el ámbito internacional. Cuando no dispones de una política exterior y de defensa propias, más bien te tornas un actor “diplomático”, es decir, secundario y, por ende, prescindible. Diversos índices reflejan una pérdida relativa de peso político y económico global. El centro de gravedad mundial hace años que ha dejado de estar en el Atlántico para desplazarse al Pacífico. Pero Europa sigue ensimismada. Sus cambios institucionales (Tratado de Lisboa) resultan poco contundentes y efectivos. No ponen las bases para un futuro sólido. Parece que Shakespeare estaba pensando en la UE actual cuando tituló a una de sus comedias “Much Ado About Nothing” (mucho ruido y pocas nueces).
 
Pero más allá de las claras insuficiencia de la UE como actor global, ¿quién está actuando, incluso pensando, en lo que la UE debería ser y hacer en el ámbito doméstico e internacional hacia el 2025? ¿Cuáles son los objetivos estratégicos a medio plazo? En las instituciones europeas se detecta un vacío que convierte en aún más hueca la retórica institucional sobre la “unidad en la diversidad”. Ni la “unidad” de acción se percibe en los momentos decisivos en los foros internacionales, ni la “diversidad” europea real ha recibido la atención y acogida que merece en el marco institucional de la UE.
 
Se están perdiendo unos años clave que al final pueden ser decisivos en términos estratégicos y de legitimidad. La UE actual no sabe hacia dónde va. Ni siquiera parece saber hacia dónde quiere ir. Incluso el (en la forma) moderado informe del Grupo de Reflexión en el que participó Felipe González (mayo 2010) es un claro grito de alerta. Si alguien no da un golpe de timón, la UE se encamina a una creciente decadencia indolora. Si no reacciona seguirá la senda de un elegante suicidio por inanición. No se trata de ver el vaso medio vacío, sino de constatar que ya no se trata solo de tener un vaso. El europeísmo necesita una urgente puesta al día. Tanto en política interior como, sobre todo, en política exterior.
 
El mundo de está transformando aceleradamente. Pero la UE es actualmente una realidad política sin proyecto, sin modelo, sin liderazgo. Un “clíper” en un mundo de barcos a vapor que, siguiendo lo dicho en la “Alicia a través del espejo” de Lewis Carroll, ni siquiera parece avanzar para procurar mantenerse en el mismo sitio.

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