Las campañas electorales tienen algo que incita al descontento ciudadano. No me refiero solo a lo que a veces dicen o hacen los candidatos en el ardor de la batalla por conseguir asegurar unos votos que huyen o que se tambalean, o para rebanar votos a la abstención o a los partidos de la competencia. Me refiero también a la presencia de deficiencias en los procesos electorales por parte de los distintos actores que intervienen en ellos. Es el caso, por ejemplo, de la relación entre medios y partidos, y de algunas decisiones de las Juntas Electorales.
1) La relación entre medios de comunicación y partidos políticos suele producir confrontaciones entre distintas lógicas profesionales (decisiones sobre tipos de debate, mayor o menor rigidez de los formatos, bloques electorales informativos, etc). Por otra parte, sabemos que los medios contraen y fragmentan el discurso. Ello supone una simplificación que incentiva que los mensajes de los políticos a menudo sean infantiles, demagógicos o simplemente estén vacíos de contenido. Comprobamos a diario el uso de meras abstracciones que tratan de disimular la ignorancia o la presumible incompetencia de los actores. Algo que no se aviene precisamente bien con tratar de disminuir el constatado desapego de la ciudadanía hacia la clase política.
Tanto la razón como las emociones están presentes en nuestros juicios sobre el mundo. Esto es algo que la ciencia actual ha ratificado con creces. Las argumentaciones electorales siempre son parciales, aunque no todas pesan lo mismo en términos de veracidad. Aristóteles ya hablaba de la “parcialidad deliberativa” del mundo político. Y hoy sabemos que hay temas que nunca se resolverán por deliberación. Serán necesarias la negociación y la votación. Los discursos que confían indiscriminadamente en la deliberación y en la objetividad de una pretendida “razón pública” objetiva tienen siempre algo de opresivos respecto al pluralismo. En el contexto de la revolución americana, James Madison se dio perfecta cuenta de ello, frente a lo que aún sostenían Thomas Jefferson y Alexander Hamilton. No existe ningún “soberano unificado”.
Por su parte, Cicerón ya insistía en que, en los asuntos políticos, la demagogia puede ser combatida, pero nunca extirpada. Viene asociada a la abstracción del lenguaje y a las distintas emociones, valores, intereses e identidades que conforman las “ideologías” de los actores políticos. Por ello, para huir de la demagogia, insistía, resulta necesario saber emplear bien la “retórica”. Para la calidad de una democracia es importante contar con instituciones, procedimientos y actores que busquen minimizar, tanto la demagogia, como la vacuidad comunicativa. Pero hoy constatamos que la mayoría de los políticos no sabe retórica, el arte clásico de la argumentación persuasiva. Una persuasión que aumenta su efectividad cuando preserva la autonomía activa de los ciudadanos, es decir, cuando se les trata como seres inteligentes. Algo bastante difícil de encontrar en las campañas electorales.
2) Por otra parte, la experiencia muestra que las Juntas Electorales establecen decisiones deficientes. En situaciones concretas, les falla la hermenéutica (un concepto tradicionalmente asociado al dios griego Hermes, que actuaba como agente intermedio entre los dioses y los hombres, papel imitado más tarde por la mitología de los ángeles de las religiones con origen en Oriente Medio).
Últimamente hemos asistido a decisiones francamente cuestionables de algunas Juntas Electorales, como la prohibición de concentraciones en la “jornada de reflexión” –una jornada, por otra parte ya obsoleta-, o la reciente decisión de obligar a un canal de televisión a aceptar el candidato que decida el partido, con independencia del tipo de formato del debate organizado por el medio de comunicación (creo que una silla o atril vacío hubiera sido una decisión mucho más correcta atendiendo a la legislación y a las circunstancias del caso).
Decidir en campañas electorales supone casi siempre hacerlo con rapidez. Se trata de decisiones que constituyen unos puntos de fuga que siempre administran olvidos. Pero en algunas decisiones de las Juntas se echa en falta una perspectiva mucho más contextual, menos apegada a la literalidad de unas normas que, a veces, son técnicamente deficientes. Falla la hermenéutica por atender a una especie de mitificación de la norma, más que a la resolución del fondo del tema. La perspectiva general adoptada es muchas veces la de ver cómo se aplica la norma al caso, más que la de resolver el caso viendo cómo ha de interpretarse la norma para ser más imparciales en ese caso concreto. Es decir, muchas veces a los componentes de las Juntas les sobra Kelsen y les falta Berlin.
La idea de establecer unas Juntas Electorales de composición mixta (juristas y académicos) fue una buena idea, pero tal vez una composición más equilibrada entre profesionales de distintas disciplinas daría mejores resultados (la actual composición, por ejemplo, de la Junta Electoral Central es de ocho magistrados del Tribunal Supremo y cinco catedráticos –entre los que suelen predominar, además, los de derecho). Demasiados juristas (de tradición continental) para resolver problemas empíricos de práctica política. La tradición jurídica del contexto anglosajón, más apegado a la práctica, parece funcionar mejor.
Ferran Requejo es catedrático de ciencia política en la UPF y ex-miembro de la Junta Electoral Central (2004-2008).
www.ferranrequejo.cat