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Article a La Vanguardia (març 2010): "Oriente Medio: inoperancia europea"

(a la fotografia adjunta: Gaziel)

 

 

Últimamente se ha criticado la pasividad de la nueva responsable de política exterior de la UE, la señora Ashton, así como las supuestas rivalidades existentes en la cúpula de la Unión, para explicar el escaso peso europeo en materia de política exterior. Sin embargo, el triste papel internacional de la UE obedece a causas más profundas que las del precario liderazgo de los últimos meses. Pensemos, por ejemplo, en el caso de Oriente Medio (OM).

 

Las relaciones entre las democracias occidentales y los países islámicos están llenas de confusiones, medias verdades, desconfianzas mutuas y malentendidos. Y la política internacional sigue dando tumbos en relación a esta región. En relación a la UE no se sabe muy bien cuáles son los objetivos prácticos, no los retóricos, que la Unión quiere conseguir. Tampoco los métodos y las estrategias permiten hablar de una política conjunta de los 27. Incluso los discursos de los principales dirigentes europeos apuntan en distintas direcciones.

 

A veces se afirma que la democracia como sistema político es contradictoria con el Islam. Es decir, un país no podría ser a la vez de carácter islámico y democrático. Pero esto es empíricamente falso. El grupo de países democráticos incluye estados con cualquiera de las religiones predominantes, incluido el Islam. En un estudio basado en datos del Freedom House se dan hasta 7 democracias electorales en países predominantemente islámicos de África y Asia (Bangladesh, Mali, Senegal, Níger, Indonesia, Albania y Turquía). Tampoco la democracia es empíricamente incompatible con la pobreza. Existen países democráticos pobres. Donde existe un vacío democrático es más bien en los países árabes, no en los islámicos (dejando al margen los casos de “democracias” inducidas bélicamente, como Irak y Afganistán).   

 

Parece claro que el “diálogo” (de culturas, religiones, bloques, civilizaciones, etc) no constituye un fin en sí mismo, sino más bien un medio para alcanzar determinados objetivos colectivos. Y los actores internacionales no acaban de encontrar ese terreno intermedio en el que el “diálogo” no es ni mera retórica ni estricta negociación a muy corto plazo. Y ese nivel intermedio es el propiamente “político”.

 

Por un lado, se constata lo que algunos analistas han llamado (mal) el “dilema islámico”: se trataría del contraste entre el interés de los países occidentales por reforzar la democracia en el exterior (en África, Latinoamérica, etc), mientras el caso de OM sería “excepcional”. Todos los grupos islamistas se perciben aquí usualmente en bloque, sin pluralidades internas. Por otro lado, la política occidental se percibe como contradictoria por parte de muchos actores de la región: combina una retórica en favor de los derechos humanos y la democratización, mientras refuerza económica y militarmente a dirigentes y regímenes nada prodemocráticos.

 

En los últimos años se han establecido programas y acciones que buscan influir en la zona a través del desarrollo económico y la normalización política: la Millennium Challenge Corporation, la Middle East Partnership Initiative, el European Neighborhood Policy, o la Unión por el Mediterráneo. Pero es difícil llegar a ningún puerto si no se buscan apoyos en el islamismo moderado y no se hacen esfuerzos, además, en cambiar la visión de las potencias occidentales como hostiles a todo lo que suene a árabe y a islámico. Una cuestión que ha devenido también interna para los países de la UE tras los contingentes de inmigración. Es necesaria una mayor coordinación y dirección política conjunta USA-UE, junto a una mayor sintonía con el islamismo moderado de la región.

 

Desde el lado americano aún no está nada claro lo que representa la administración Obama para OM. Una política instrumental querría reconvertir grupos militarizados (Hamas, Hezbollah) en actores de negociación. Pero ello se adivina imposible con un aliado díscolo como el Israel actual, dispuesto a seguir haciendo una política regional contradictoria con la estrategia americana (y occidental), e incentivando asentamientos internos que casi imposibilitan cualquier negociación o “diálogo” que no sea mera apariencia.

 

Desde el lado europeo lo más urgente es dejar de ser el actor prescindible que es en la actualidad. Para ello, además de liderazgo, se necesita un proyecto de actuación claro. Pero los pesos pesados de la Unión prefieren seguir haciendo sus políticas particulares. Es la contradicción inherente a la UE: una unión de socios que no están interesados en acabar de serlo. Las acciones exteriores de los estados europeos en OM, además, han diferido bastante entre sí, también después del tratado de la Unión (Maastricht, 1992). También difieren la política de la UE y de EEUU en relación a Hamas y Hezbollah: Francia lidera los contactos con Hezbollah -contra la posición americana, mientras que parlamentarios italianos, griegos y británicos se han entrevistado con Hamas en el 2009.

 

Una política europea en OM requiere promocionar tanto un intercambio fluido de información como la fijación de objetivos estratégicos y de indicadores de seguimiento de los acuerdos políticos, socioeconómicos y culturales. Reforzar los movimientos en pro de la democratización –aunque sea incompleta, es algo que la UE ha defendido siempre, pero que hasta ahora no ha sabido nunca ponerlo en práctica. Una situación lamentable para una organización que está perdiendo unos años preciosos para mantener su prestigio y procurar tener peso internacional. Dentro de solo 10-15 años lo tendrá ya muy difícil para lograrlo.

 

 

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